Bethesda, un punto de reflexión

Llevo mucho en esto de los videojuegos, concretamente desde que mis padres me regalaron, a principios de los 80, una Soundic SD290 con un juego llamado Chaser, una especie de pacman hecho con píxeles como puños. Aún la conservo… ¡Y funciona! Acto seguido hice mi primera incursión en la microinformática con un Amstrad CPC6128, donde los juegos eran de gráficos simples pero con una férrea composición de adicción. Las compañías se estrujaban el cerebro para crear un producto que, lejos de ser un bombazo gráfico, contaba con un argumento o una jugabilidad suficientes como para retenerlos en nuestra memoria para siempre. Algo así como en las películas de los años 50, donde no habían efectos especiales pero sí argumentos apasionantes. Lamentablemente en la actualidad es al contrario…  aunque con excepciones. Pero vayamos a lo que vamos.

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